viernes, 20 de septiembre de 2013

LAS GHAWAZI. (El Mundo Ilustrado, 1881)

El siguiente texto e ilustraciones se ha extraído íntegramente de la revista:
 "El Mundo Ilustrado" - Biblioteca de las Familias nº 89 (Barcelona) Año 1881.

La existencia de las Ghawazi se documentan a partir de los viajes realizados por los artistas y escritores occidentales que durante el S. XIX viajaron a Oriente. 

Georg Ebers, (1837-1898) egiptólogo y novelista alemán que descubrió el papiro médico en egipcio antiguo, en uno de sus viajes a Egipto, narraba lo siguiente:

EGIPTO EN IMÁGENES Y EN PALABRA por JORGE EBERS
Traducido del alemán por
ANTONIO BERGNES DE LAS CASAS.

  
(...) Atravesamos el mercado y el bazar de Esne, para trasladarnos al barrio habitado por las GHAWAZI, sabedores de que no existe población alguna en Egipto en que más abunden las cantadoras y bailadoras, especialmente desde que Said-Bajá relegó al mismo todos los individuos de esta corporación, después de haberlos expulsados del Cairo. En Kene, en Luqsor, en Karnak, incluso hasta en las mismas ruinas de Karnak, en compañía de extranjeros de distinción, amantes de contrastes y de inesperadas impresiones, casi en todas las aldeas del Alto Egipcio, puede contemplarse el espectáculo que ofrecen esas jóvenes entregándose a la práctica del arte que profesan, y los músicos que con sus orientales instrumentos, en la danza les acompañan.

Si hemos de hablar francamente, los movimientos ritmicos del cuerpo, los mesurados saltos, las vueltas rapidísimas, las inclinaciones, los gestos de tales bailarinas y las palabras de cuando en cuando pronunciadas por las cantadora, sólo a medias pueden satisfacer nuestro gusto occidental, acostumbrado a otras manifestaciones, aún cuando nos hubiese sido dado contemplar artistas más famosas en este género, es decir, las que no se encuentran ni en Esne ni en otra ciudad alguna de provincia, sino en el Cairo únicamente.

Esne no es sólo morada de las ghawazi que por medio de la danza y el canto amenizan las reuniones de hombre y mujeres; pues además de esto es residencia de una antigua corporación a la cual pertenecen los narradores populares. En el seno de ella hállanse vinculadas y se conservan religiosamente las reglas del arte del canto tan difíciles - y punto menos que incomprensibles para el europeo, - a que se ajustan todos los cantores orientales, y hasta las jóvenes a las cuales hemos escuchado en Kene, en Luaqor y en Esne. Ella será todo lo desagradable que se quiera para nuestros oídos, pero en cambio tiene mucho de sui géneris esta lamentable serie de intervalos musicales irregulares, que lanza del pecho una voz entre nasal y gangosa, que termina invariablemente en una larga cadencia. Hasta los fragmentos para flauta y clarinete, para laúd y kanun que ejecutan las aficionadas, instruidas generalmente en la escuela de los músicos caireños, nos parecen soberadamente extraños; mas la habilidad de esas gentes, y la seguridad con que muchos de ellos ejecutan al unísono, bastan hasta para causar admiración a personas tan inteligentes como el doctor Spitta.

Los gitanos cantadores y danzadores, que vestidos de colores chillones y trajes ligeros, se encuentran en los diferentes pueblos, y que siempre afectan en sus cantos una pureza de pronunciación árabe, están completamente excluidos de trato de las gentes de buena sociedad: en cambio los cantores que forman la clase más elevada entre los músicos de la capital, aún cuando procedan de la media, son personas muy estimadas y llegan rápidamente a hacer pingüe fortuna.


Como en Europa, las mujeres llevan gran ventaja a los hombres en número y en reputación, en el concepto de la buena sociedad. La más distinguidas se llaman AWALIM, en singular almea, la mujer instruida, que ha recibido educación. Por punto general su vida comienza en casa de una persona de calidad que las abandona, en cuanto se han marchitado el primer frescor de sus encantos: entonces adoptan su nombre, que conservan para sus conocidos, y se presentan en público alcanzando mayor o menor éxito. Son elemento indispensable en todas las fiestas, y especialmente en las bodas: cantan en el harem delante de las mujeres, y hasta delante de los hombres, pero ocultas detrás de un tapiz o de los pliegues de una antepuerta.

En cuanto han logrado hacerse una reputación, se les dispensan honras y consideraciones, verdaderamente extraordinarias; cásanse, con el objeto de tener un hombre que las proteja, y cuando desaparecen la frescura de su voz y la flexibilidad de su garganta, se retiran a la vida privada, donde acaban sus días en medio del reposo y del aprecio universal. Si no logran alcanzar un éxito brillante, deben contentarse con cantar en los cafés y vivir de las limosnas de los concurrentes.

En estos últimos años la más célebre de todas, era una mujer verdaderamente notable, que se dio a si misma el nombre de ALMÁS EL DIAMANTE, cuyo retrato reproducimos del pintado para el virey por el alemán Lorie. Por lo que a nosotros toca, no podemos alabarnos de haber oído a la Diamante; pero el pintor Gentz ha tenido esta satisfacción, además de dibujar o retratar a la cantatriz. Según nos dijo, la vió en una reunión que se daba en la casa de un rico caireño.


Semioculta tras una cortina, sólo cantaba algunas estrofas, creciendo el fuego y pasión de su canto al compás del entusiasmo y de los frenéticos aplausos del auditorio. No nos sentimos con fuerzas para privar a nuestros lectores de la descripción del ingenioso Gentz:

- Dios te demuestre su aprobación, exclamaba éste; canta, canta ruiseñor de los verjeles, decía otro; tortolilla enamorada, interrumpía un tercero, embriáganos de amor con tu cariñoso arrullo.

Y en efecto, dijérase que al par y brotando de unos mismos labios, oíanse los arrullos seductores de la tórtola enamorada, los armoniosos trinos del ruiseñor, el gorjeo cadencioso de los cantores de la enramada. Y de la propia manera que el ruiseñor trueca sus trinos entusiasmados en plañidera lamentación, que en medio del silencio de la noche se pierde en lontananza, para comenzar de nuevo con mayor brío y entusiasmo, la apasionada Almás suspendía a intervalos su canto, al parecer llevada de la inspiración del momento, sin obeceder a regla alguna; mas en realidad teniendo conciencia perfecta del efecto que en el auditorio debía producir; pues había aprendido este artificio del mismo Bulbul, o del diamante, que no arroja continuamente sus luces deslumbradora.

Cuando comenzó de nuevo dejando oir estas palabras: "Pasé a tu lado, dejé oir mi arrullo, llaméte como tórtola enamorada, mas permaneciste sordo a mis suspiros", fue tan profunda la emoción, que al tocar a su término la apasionada romanza, fueron muchos los oyentes que rompieron en sollozos... El entusiasmo llegó a su punto más elevado, cuando la cantatriz refirió la historia de su vida.


Joven y bella, fijóse en un persa, un médico, por el cual sintió una pasión devoradora, y creyó que uniéndose a él por medio de sagrado vínculo, experimentaría toda la felicidad del amor. Mas "su dulce ilusión se hizo pedazos". Separóse de aquel a quien amara tan profundamente, y se hizo almea. Al presente el recuerdo de su primer amor llena su alma de tristeza. La melancolía y el amor no satisfecho son la fuente de donde brotan sus inspirados cantos. 

Los regalos preciosísimos que se hacen a una cantatriz como la que nos ocupa, corren parejas con los frenéticos aplausos que se le prodigan a este Oriente que es la tierra de la liberalidad. Una distinguida señora de los márgenes del Rhin, que tuvo la fortuna de oír a Almás en un harem, nos decía que las mujeres que constituían su auditorio, le habían arrojado sobre las rodillas, y materialmente como a competencia, verdaderos puñados de monedas de oro, sortijas, pendientes, ajorcas, cuanto les veía a mano: una sola de sus sesiones le produce tanto o más que a la Patti una función en nuestros teatros. No es menos envidiable la fortuna de los cantores, pero es más pasajera que la de sus cofrades del otro sexo: la voz robusta del hombre, principalmente en las notas agudas y atipladas, no juega tan bien en la música árabe como la voz aguda de la mujer. En cambio la de los niños y de los adolescentes ofrece un encanto particular, de manera que su canto es a veces preferido al de las mujeres.


Las gitanas (ghawazi) de Esne, son simultáneamente cantoras y bailadoras, haciendo muestra de sus habilidades ante los extranjeros, vistiendo colores vivísimos y luciendo joyas de oro. Conténtanse con una pequeña recompensa, no se ocultan detrás de ninguna cortina, y difícilmente logran causar, no diré entusiasmo, sino ni arrancar muestras de aprobación a los espectadores europeos. Y sin embargo no es esto decir que sus cantares carezcan de sentimiento y profundidad, y en algunas de sus danzas dan pruebas de una flexibilidad extremada, desplegando una pasión tal, que sin oponerse a la gracia, llega a arrebatarlas en ocasiones hasta los límites del furor, con notorio perjuicio de los encantos de la belleza.



De cuantos músicos acompañantes hemos tenido ocasión de escuchar, uno solo ha logrando impresionarnos hondamente: era éste un anciano tañedor de rebab, de Luqsor, el cual pulsaba su pequeño instrumento con tal habilidad y destreza, que cuantos europeos le escuchaban, unían entusiasmados sus aplausos a los repetidos ja-salam de sus admiradores árabes. 

Un rasgo hay que caracteriza hasta a los cantores y cantatrices más humildes, es decir, aquellos que no cuentan con más acompañamiento para su voz, que el son monótono y desapacible de la darbukka, y el palmoteo acompasado, y cuyas danzas, lejos de despertar sentimiento alguno agradable, producen más bien una impresión de disgusto, el cual consiste en la posesión de un instinto perfecto de la medida, y la facultad de apoderarse completamente del espíritu que se encierra en las escenas que deben representar.


Los egipcios modernos, en lo cual se parecen a sus antiguos predecesores, son un pueblo eminentemente músico: las clases obreras, especialmente los marineros, siempre trabajan cantando; la música es el acompañamiento obligado de todas sus diversiones, y hasta de las narraciones del cuenta historias, en derredor del cual gustan sentarse, cuando han cesado los rumores del día.

Estos artistas de prima noche, pertenecen también a la corporación de los músicos, y se les encuentra delante de las puertas de los cafés, situados en tabladillos cubiertos de tapices. Ordinariamente son dos, uno de los cuales acompaña al narrador, valiéndose del rebab, especie de viola que se toca con el arco como el violoncello. El asunto de sus narraciones varía; pues también en esto hay modas en Egipto como en Europa: al presente están en boga las leyendas caballerescas de Antar, Seif-el-Jezen y Abu-Zeid, leyendas que ocupan el puesto de los maravillosos cuentos de Scherezad.

¡Con qué placer invitaríamos al lector a escuchar con nosotros esos bellísimos poemas a los cuales presta color un ambiente caligionoso, y un cielo tachonado de rutilantes estrellas, o a acompañarnos a las afueras de la población para contemplar con nosotros el espectáculo que todos los años, en tal día como hoy, aniversario del nacimiento del profeta, atrae a los habitantes de Esne, como a los del Cairo, al lugar en que se celebra la fiesta, de la cual contituyen parte integrante los muchachos que henchidos de gozo se mecen en los columpios, o dan vueltas, montados en los caballitos de madera de un ingenioso artificio!. Pero el tiempo apremia, ni siguiera espacio tenemos para acompañar al lector a través del bellísimo jardín que rodea al castillo del virey; a los bazares; a las iglesias coptas; a la plaza de mercado. (...)


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